martes, 14 de abril de 2020

La Cigüeña y el Monje - Fábula




Un día de abril, cuando la primavera hizo la entrada de manera magistral, a una villa pequeña llegó una bandada de cigüeñas, todas ocuparon las torres más altas que encontraron a su paso, menos una despistada que seguía y seguía volando, estaba tan emocionada porque era la época de buen ver, pensaba en las bonitas y coquetas avecillas de un metro de alto y piernas flacas, con pico tan largo y filo que algún día llegarían a su nido.

Oh oh!! miró hacia atrás y al darse cuenta que lo solo que estaba, castañeteó su pico y en el primer espacio del suelo, decidió bajar para ver el terreno, aún lado y al otro se veían paredes robustas; decidió asomarse al pie del ayuntamiento, con su afilado pico se abrió paso hasta llegar al alguacil, al mirarlo que venía se escondió bajo la mesa y le dijo...fuera cigüeña!!! chu chu..le quiso espantar con una libreta.

Viendo lo que veía se dio cuenta, que si ese hombre tenía poder, más poder tendría ella. Así que con el pecho erguido decidió ir a la otra puerta, dio picotazos a la rústica madera, fue tan grande el impacto que en su cabeza desfilaban al rededor, cientos y cientos de estrellas. Se sacudió y nuevamente intentó con la puerta, salió un monje con sus mofletes rosados, vio a la inusual peregrina y abrió sus ojos como platos...hermano!!!! que bueno que has llegado, acaricia su cabeza y le ofrece un abrazo.

Hermano monje le dice con la mirada, gracias por haberme hablado, porque el animalito del otro lado ni siquiera a saludado.
El monje siguió con su bienvenida, quieres comer trigo fresco? o tal vez las lombricillas?, prefieres un vaso de agua? o el vino de mi comida? La cigüeña agradeció y se decantó por el vino, tras beber el primer vaso, humilló la cabeza, levantó sus alas y las unió; al mirar eso el buen monje, emocionado se puso de rodillas, creyó que se trataba de una posición de adoración, nada de eso!!! entre sus alas ocultó la cabeza y comenzó a girar y a girar hasta que cayó.
Después de unos minutos cuando despertó, al mirar al monje como lo cuidaba, le prometió... jamás te olvidaré.

Desde ese preciso instante sobre el campanario empezó a construir su nido. El monje ya no está triste, cada año prepara la llegada de su amigo, lo celebra con manjares, desde luego con buen vino.
Contonean las campanas la llegada del color y las preciosas cigüeñas lo visitan por amor.


Moraleja: La amabilidad y el saludo
 pueden ser el inicio de una gran amistad.


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